Poder o no poder

Orlando “Pipi” González es un tipo común, un argentino común, solo lo diferencia algo, su gran timidez.
Esa noche, Orlando caminaba distraído, con la mente perdida vaya a saber dónde. De pronto, delante de él, un brillo metálico llamó su atención: una lata.

Una simple lata vacía de cerveza dormía su sueño eterno sobre la vereda. Orlando pensó en patearla. En clavarla en un arco imaginario frente a sus ojos. En ese momento, desde lo más profundo de su memoria, la voz de su madre lo asaltó:

-¡Orlanditooo!¡No patees porquerías por la calle que arruinás los zapatos!.  Orlando no pateó la lata. Trató de perderse en la noche intentando olvidar el incidente. Pero, esta vez, la voz de sus compañeros de primaria le llegó desde el recuerdo:- ¡Cagón, sos un marica! ¡Nunca te animás a nada!

Y sí… nunca se animaba a nada. Sin embargo, recordó el día del examen, ese día se había despertado tarde: a la diez. Por una extraña razón, su madre no lo había despertado a las ocho, como todos los días, para que tuviera tiempo de estudiar. Para colmo esa tarde tenía examen de matemáticas y no sabía nada.

Si su madre se enteraba, lo obligaría a perderse el almuerzo para que aprovechase ese tiempo estudiando. Encima era jueves y la vieja hacía milanesas. Orlando pensó: “O estudiaba o comía. Faltar, sabía que era imposible. Y las milanesas le gustaban tanto…

Pero si no estudiaba lo iban a hacer bolsa. ¿Y sí, como tantos compañeros suyos, le pedía a la maestra que no tomase el examen?. Pero no. No podría. ¿Y por qué no? ¿Por que no iba a poder?.” -¡Vamos Orlando, que vos podés!- le dijo una voz interior.

Esa tarde, durante la hora de botánica, Orlando González trató de no pensar que, después del próximo recreo, tendría que enfrentarse con la maestra de Matemáticas. Sin embargo, el rostro de la maestra acudía a su mente. Intentó olvidarlo perdiéndose en lo que ocurría en su rededor pero, cuando menos lo esperaba, el rostro de la maestra lo miraba desde la nuca de su compañero delantero.

En eso sonó el timbre llamando al primer recreo. Y, como en una carrera de caballos, el timbre abrió la gatera para que el corazón de Orlando se lanzara a correr. El no salió al patio. Se pasó los diez minutos del recreo con sus manos aferrando el pupitre sin moverse. Sin ver a sus compañeros que, asombrados, le preguntaban: “¡¿Che González, qué te pasa, qué tenés?!”.

Pero Orlando González no oía. Solo escuchaba los latidos de su corazón y a su voz interior. La que antes le había dicho que podía, diciéndole, desde hace diez minutos, “¡No vas a poder Orlando. No vas a podeeer!”. Cuando el timbre marcó el fin del recreo, el sudor corría por su frente. El se imaginaba que, cuando la maestra entrara, él se paraba y le decía: “Señorita, no tome el examen”.

La maestra lo miraba y le preguntaba: “¿Qué dijo González?”. Y, mientras sus compañeros comenzaban a ovacionarlo, él, con voz segura y firme, le repetía: “le dije que no tome el examen”. En ese momento, en la realidad, entró la maestra. Orlando todavía soñaba. En el sueño sus compañeros lo seguían ovacionando al tiempo que la maestra le decía:

“Está bien González pero el próximo jueves, sin falta, les tomo el examen.”  Entre tanto, en el mundo real, la maestra arreglaba unas carpetas. Orlando la miró -todavía flotaban en su cabeza los ecos de la ovación de sus compañeros-. Sin pensarlo más se paró a un costado de su banco. Las piernas le temblaban. La maestra, sentada ante su escritorio, levantó la cabeza y le preguntó indiferente: “Sí González, ¿qué necesita?”.

-Nada señorita. Lo que pasa es que como hoy va a tomar examen, yo quería…
-¡Ah, se ve que estudió eh! – lo interrumpió la maestra, – Lo siento González. Pero decidí suspender el examen para la semana próxima.

Orlando González se sentó. Por la mirada de sus compañeros, supo que, a la salida, tendría problemas: además de un cagón, ahoraa había quedado como un alcahuete.

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Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

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