12 años de mañanas diferentes

“¡Vení mami! ¡Esto es lo que a mi me gusta! Los conjuntos en los que se notan los instrumentos”. Corría el ’70 o ‘71 cuando le dije a mi vieja esta frase, o alguna parecida, una mañana de sábado mientras miraba por la tele a un conjunto de música. No recuerdo bien si serían las 10 u 11 de la matina, pero ese era el horario que el canal le destinaba a esos nuevos conjuntos musicales.

Un horario de porquería, pero no importaba. Lo importante era que esa mañana estaba escuchando a Vox Dei por primera vez. Tendría que pasar algún tiempo más para que a esos conjuntos los llamara “bandas” o “grupos” y, para que pudiera saber que eso, a lo que yo llamaba “que se noten los instrumentos”, eran los “solos”, de viola, bata, o bajo, que en las canciones del “Club del Clan” no podía escuchar y, otra cosa más importante aun, el tipo de música.

Por ese entonces, con 12 o 13 pirulines, la música era algo a lo que la mayoría de los pibes no le dábamos tanta bola. Más bien estábamos ocupados en Rosita Aszenchuck -la más linda de 7mo grado-, y la que nos vinculaba con esa sensación tan nueva y tan fantástica que teníamos entre las piernas.

Esa que nos llevaba a tocarnos todo el tiempo encerrados en el baño. Y casi la única que tenía el poder de que nos
olvidáramos de la pelota, o de tratar de mejorar nuestros “sport prototipos” de plástico rellenados con masilla, y con los que nos mandábamos esas carreras impresionantes en la pista dibujada con tiza o ladrillo sobre el asfalto de la calle. Con competidores de esta talla, se comprende perfectamente el por qué de esta cuestión.

Tanto las “notas” de nuestras “Flechas” o “Pamperos” corriendo tras la “Pulpo”, como las “escalas” de los rebajes imaginarios que los motores de nuestros coches con masilla producían, o los “silencios” de nuestros “solos” manuales, superaban con creces a cualquier canción de las del Club del Clan. También es cierto que eran tiempos en los que los púberes, o preadolescentes, estábamos fuera del mercado musical.

Por eso, y por suerte, ligábamos de rebote a Palito, Violeta Rivas, “Los Iracundos”, “La Joven Guardia”, o cualquier otro. De haber nacido unos años más tarde, nos habríamos tenido que bancar cosas como “Los Parchís”, “Tremendo”, o “Menudo”. Pero además, la “nueva ola”, como la llamaban nuestros viejos, nada tenía que ver con “Los Chalchas”, o “Pichuco”: “esos pelilargos, sucios y desprolijos, lo único que saben es gritar y decir “la la la”.

A unos de esos pelilargos que solo decían “la la la”, estábamos viendo aquella mañana con mi vieja. La gorda, había dejado el morfi a medio hacer, y no paraba de escuchar a esos tipos que, no solo no gritaban, sino que cantaban y tocaban como los dioses. Además, y hablando de Dios, habían sacado un LP llamado “La Biblia”.

Al poco tiempo, mientras jugábamos con los pibes un picado en la calle, escuché un tema que me llamó la atención. Venía de la radio de un vecino que estaba lavando el auto en la vereda. Sin pensar un segundo, largué el partido y me acerqué a la radio. Como si me hubiera hipnotizado “Tu Sam”, me quedé apoyado contra el poste de la luz viendo cómo, de la “Noblex Siete Mares”, salía una música que me volaba el marote. “¡Daaale pelotudo!”, me gritaron los pibes de mi equipo que se habían quedado con uno menos, yo.

Así que volví al picado sin escuchar lo más importante, quién tocaba el tema. Lo que si me quedó, era algo de que en las venas tenías que tener jugo de tomate frío, y otra vez el eco de esa música que era diferente a las demás. Un buen día, uno de los pibes “pegó” un long play que le prestó un primo más grande que nosotros.

La cara del que tocaba era verdaderamente la de uno de esos sucios y desprolijos de los que hablaban nuestros viejos. Pero cuando en el “Winco” comenzó a sonar Pappo’s Blues volumen I, algo pasó. Se abrió la entrada a un mundo llamado “Rock and Roll” y, a partir de ese día, comenzamos a hablar de música progresiva o complaciente. En la progresiva estaban Pappo, Manal, Almendra, Pescado,

Lito, Purple, Zeppelin, Hendrix, Clapton y un montón más. En la otra… ni los nombrábamos. Las pibas de la barra, en los primeros asaltos, se fastidiaban con nosotros porque les cambiábamos la música, nos habíamos convertido en “roqueros”. Al final, terminaban ganando ellas. Pero, cuando estábamos en casa, lo único que se escuchaba era el “combinado” al mango a puro rock y los gritos del vejo pidiendo que bajáramos la música.

Esa música que habíamos buscado durante tanto tiempo y en la que se notaban todos los instrumentos y, por sobre todos, la “mina” del rocanroll: la viola. Una “mina” a la que Pappo supo acariciar y a la que le sacó los mas bellos gemidos de placer. Mi “Trueno Naranja” relleno de masilla debe estar, ahora, en el cielo de los juguetes. Ese lugar adonde van a parar todos los juguetes de cuando éramos pibes y que, de un día para otro y sin que sepamos cómo, desaparecen.

Se me ocurre que debe formar parte de ese otro cielo. Ese en el que están nuestros seres amados y que se nos adelantaron. Ese, en el que están también los que han sabido hacernos felices.  Por ahí debe andar el “Carpo” que me guió hacia el mundo del rock. Aunque, para mi gusto y con los años, preferiría llamarlo como los negros en Norteamérica, Rhythm & Blues.

Hay solo una cosa que le reprocho a Pappo. Cuando compuso “Sucio y desprolijo”, la letra, en el comienzo, dice que “todas las mañanas son iguales”, se equivocó. Todas las mañanas “no” son iguales.  Después de más de 30 años, mi vieja me llamó un día llorando, para avisarme que había muerto “El Carpo”: las mañanas ya no serían iguales. El pasado sábado 25 de febrero, se cumplieron 12 años del momento en el que Pappo se fue a tocar con Dios.

En lo particular, me quedo con el recuerdo de haberlo visto tocar en el teatro Gran Rex con esa otra gloria llamada BB King que, tiempo después, se fue a tocar también con él, con “Mr. Cheeseman” –como le decía BB King al Carpo-. Aunque, el “Carpo”, será siempre un “Sucio y desprolijo”.

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Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

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