Deporte de alto riesgo

Mientras escuchaba lo que decía el tipo que le hablaba por el celular, la cara del flaco se transformó. “¿Te pasa algo?’”, le preguntó la novia con preocupación. “Nada”, respondió el flaco acelerando su cuatro por cuatro. “¿No estás yendo muy rápido?”, acotó la voz asustada de la mujer.

Él no respondió. Con la mirada perdida en la autopista, puso quinta y aceleró más. “¡Te pregunto si no vamos muy rápido y como única respuesta apretás más el acelerador… ¿Me querés decir qué te pasa?!”, dijo la novia casi a los gritos. “¿Qué? No te escuche”, contestó el flaco como volviendo a la realidad.

La misma situación, se repitió el mismo día con otros flacos en distintos lugares del país: un llamado telefónico, y una frase que dejaba helados a los que la escuchaban.

“¿Qué te pasa?”, le preguntó la madre a su hijo mientras veía cómo él, después de atender un llamado, se llevaba la bombilla del mate hacia la nariz. Así, multiplicada por cientos, diferentes situaciones insólitas se fueron sucediendo: tipos que se sentaban en el inodoro sin bajarse los pantalones, padres, que al ir a buscar a sus hijos al colegio, se llevaban al pibe equivocado, esposas plantadas, en medio de una cena aniversario, faltas de erecciones o, en el mejor de los casos, eyaculaciones precoces.  En todos los casos, los protagonistas de las mismas, habían recibido un llamado telefónico.

Todos, ante el cambio de conducta y la pregunta del familiar o amigo por la causa de la misma, respondían que no pasaba nada, que todo estaba bien.La nueva conducta se repitió en sus laburos, pero ningún compañero les preguntó nada o, en todo caso, eligió no preguntar.

Los tipos, con el correr de las horas y ante lo evidente de sus cambios de conducta, decidieron hacer como que nada había pasado. Las bombillas volvieron a embocar las bocas, las cuatro por cuatro a bajar su velocidad y los penes a subir. Sin embargo, en fondo de sus pensamientos, las palabras del llamado seguían rebotando.

Al domingo siguiente, cuando todos los partidos de todas las divisionales, culminaron cero a cero, el país todo se enteró del consabido mensaje de las llamadas: “si tu equipo gana, te matamos a vos y a tu familia”.

Esa fue la explicación para que, ni un solo arquero o defensor tocase la pelota durante todos los 90’. Cada uno de los partidos se desarrollo en el medio campo: los volantes, o se la pasaban entre ellos o la entregaban al volante contrario. No hubo laterales, ni fules, ni fútbol. Los referís, pitaron solo cuatro veces: una por cada comienzo de tiempo y una por cada final de cada uno de los 45’.

Como los barrabravas de cada equipo no habían contado con el empate, para el próximo partido amenazaron a propios y contrarios. Así, esta vez, cada jugador recibió dos amenazas de muerte, una por si perdían, otra por si ganaban.

La siguiente fecha se suspendió. Como habían sido amenazados hasta los pibes de la novena, todos los jugadores se negaron a hacerlo.

Ante la inminente pérdida del fútbol como negocio, todos los presidentes de cada club, reunidos en “Congreso Nacional Afayense”, decidieron terminar “de verdad”, con el accionar de los barrabravas en el fútbol: tras una reunión secreta con los “capos” de cada barra, y, ante la inminente posibilidad de quedarse sin negocio, acordaron el fin de las amenazas, o de cualquier agresión u “aprete”, a un jugador. Permitiéndoles solo, continuar con sus negocios secundarios.

Tras la secretísima reunión, los magnánimos dirigentes, anunciaron, por cadena nacional, la finalización y muerte de todo tipo de violencia en el fútbol. El anuncio llegó tarde, nadie les creyó.

Todos los jugadores rescindieron sus contratos de manera indeclinable o, en su defecto, pidieron ser transferidos al exterior. Los padres de los pibes de inferiores, retiraron a sus hijos de los clubes: los prefirieron vivos por muchos años a cracks con pena de muerte.

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Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

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