La concheta, mi mujer, el handbags y la nostalgia

La pareja confirmó los rumores de separación que venían creciendo en los últimos días, a través de un comunicado donde anunciaron el final de su relación.

Sonó el teléfono muy temprano-me sacó de la cama-. Dije que sí, que amaba la valija, que aceptaba. Tomé mi billetera, saqué la tarjeta de crédito, y le di a mi interlocutor los números pertinentes. Luego de algunas aclaraciones que me hizo, saludé y confirmé lo que me comentaron del otro lado de la línea “sí, entendí.

El sábado por la mañana en mi domicilio”, y corté. Volví a desperezarme –aun me duraba la modorra-, me pegué una ducha, tomé unos mates, y me fui a trabajar.
El día se pasó volando. Metido como estaba en mi tablero haciendo el croquis de la casa de campo que me habían encargado, cuando me di cuenta, eran casi las siete de la tarde.
“¡Dale boludo, largá esa pluma Rotring que son casi las siete!”, me confirmó mi socio, “me tenés los huevos llenos con ese tablero ¿Me querés decir cuándo vas a usar el Autocad de la PC?”.
Otra vez la eterna discusión: la obsesión por la modernidad de mi socio, contra mi conservador pensamiento de que, como es un arte, un arquitecto debe diseñar a mano, a pura sangre, y no, con un frío programa de computadora. Como siempre, no contesté –era una batalla perdida.

Guardé mis cosas, apagué la lámpara del tablero, y le dije a mi socio con sarcasmo “¡listo ¿vamos, o te falta algo?”. “Aguantá, cierro el programa y ya estoy”, me respondió ansioso. “¡Dale, hermano! ¡Con el tránsito que hay vamos a llegar para el postre y las chicas deben estar por llegar al restaurante!”
Las “chicas” son nuestras esposas. Nos conocimos en la “facu”, y, además de casarnos, somos amigos desde ese tiempo.
Por suerte el tránsito las demoró a ellas, y nosotros hicimos Avellaneda-Pto. Madero en media hora, así que nos salvamos de las caras largas.
La cena fue como las de siempre que nos juntamos; con esa cosa de revivir la juventud –a pesar de los 40 largos–, y ese afecto de habernos elegido, primero como cuatro amigos y después como parejas.

Por eso, como las bromas son siempre “con” el otro, uno no puede más que reírse de sí mismo. En mi caso, de esa cosa de mantener ciertas costumbres, esa especie de antiprogreso que sostengo, según ellos, por mi espíritu melancólico, nostalgioso: si hasta me cargan porque uso la misma valija-portafolios que me regalaron mis viejos cuando me recibí.
A la hora de pagar llamé al mozo y le di el “plástico”.

Como a la concheta de la casa de campo le gustó el primer boceto que le hice a mano alzada y contrató a nuestro Estudio para la obra, invitaba yo.

Para nosotros, un pequeño Estudio de Arquitectura, con sólo mi amigo-socio, una recepcionista, y yo, como único personal, eso era un merecido festejo.

Cuando vi la cara del mozo acercándose a nuestra mesa, supe que algo andaba mal. Por eso, cuando me dijo que mi tarjeta no servía, no me sorprendió.
“¡Disculpame, pero cuánto es la cuenta!, pregunté tratando de corroborar que nos habían roto la cabeza. “Disculpe caballero”, comenzó el mozo amablemente, “el tema no es la adición, es que su tarjeta está al límite”. “¡La concheta! ¡La concheta, y la recontraputamadrequelaparió!”, grité en medio del restaurante mientras recordaba. “¡Concheta hija de puta y la concha de su puta madre!”, seguí diciendo descargando bronca.
“calmate”, me dijo mi mujer acariciándome la espalda, “Quién es la concheta, qué tiene que ver con la tarjeta”. “¡¿Qué?!¡Que esta mañana compré una “handbag for man” de “Louis vuitton!”.
“¡Hijo de mil putas!¡Te compraste una “Louis vuitton!”!¡Toda la vida con tu cuento del respeto por el pasado y esa mierda de valija que jamás ibas a cambiar, y te comprás una “Vuiton”!¡ Hijo de puta, y yo, la boluda que te banca el cuento, ando con esta cartera de dos mangos!”, me gritó mi mujer mientras se levantaba, agarraba la de “dos mangos”, salía, y se tomaba un taxi.
Ya pasaron quince días, mi mujer, si bien aun no me habla, me dejó entrar a casa. Mi socio me creyó, mi Sra. y la de él, no. Todavía les cuesta entender que cuando recién me despertaba, y me llamaron los de “Louis vuitton!” preguntándome si me gustaban sus productos y si quería comprar la handbag for men; en lo primero que pensé fue en el diseño de la casa de campo y en la concheta: cada vez que venía al Estudio, enarbolaba su “Louis vuitton!” como una bandera.

Eso, y el bolso de mano que me querían vender, me recordaron la valija-portafolios que me regalaron mis viejos. Pensando en eso dije que “sí”, que la amaba. Lo de los datos de la tarjeta, no estaba en mi cabeza. No me di cuenta que la estaba comprando.
En lo único que pensaba, era en el camino recorrido, el sacrificio de mis viejos para darme una carrera, y en todo lo vivido hasta llegar al diseño de esa casa de campo -no todos los días uno podía diseñar sin límite de presupuesto-.
Lo que sí tenía límite, era mi tarjeta: el exacto para pagar una “LV”.
Ya pasaron dos meses. A la concheta la sigo viendo, estamos a punto de comenzar la obra. Mi esposa volvió a hablarme, desde que publiqué la ““Louis vuitton!” en “Mercaado Libre”, “OLX”, y “Alamaula”, me terminó creyendo. A la “handbags for man”, también, no encuentro a nadie que pague 5 lucas verdes por un simple bolso de mano para hombre. Lo que también hice, fue instalar el Autocad.

No sé cuándo lo usaré, pero, como dice mi mujer, tengo que parar con la nostalgia.

N/A: entre deprimirlos con la realidad argentina, y contarles una historia, ya saben qué elegí. abrazos

Acerca de Oscar Posedente 12821 Articles
Periodista, locutor, actor y editor de Semanario Argentino y de Radio A de Miami. Director de Diario Sur Digital.