Genio y figura

La costumbre la traía desde su adolescencia. Desde el día que leyó en aquel libro, que de nada valía recorrer las cataratas del Niágara, si uno no aprendía a maravillarse con el mundo que lo rodeaba en apenas veinte pasos.

“Es cierto”, se dijo ese día. Y, desde entonces, se había acostumbrado a mirar en su rededor, a recorrer esos pequeños universos contidianos. Así, aunque jamás se perdía un atardecer, o el quedarse horas contemplando las estrellas, había pasado a autodenominarse un “terrenauta”: “Es como un astronauta pero sin escafandra”, solía decir medio en broma medio en serio.

Lo cierto era que, con o sin escafandra, cada momento de su vida, era un mundo por descubrir. De tal modo que, la suma de anécdotas, las pequeñas y grandes cosas que esos veinte pasos en rededor le habían deparado, borraron de su lenguaje una palabra, aburrimiento.

Los que lo conocían poco, lo tomaban como un optimista en exceso. Los más cercanos, como lo que era, un tipo que vivía con intensidad, o, que vivía despierto. Por eso, era el encargado de lavar los platos: como se entregaba a hacer cada cosa en plenitud, no se le escapaba una mancha. Su mujer y sus hijos se reían con ternura tras cada sobremesa al verlo frente a la bacha.

Quizás, porque en ese acto, encontraban el mejor modo de definirlo: “Entendés”, solían contarle al que lo veía lavando por primera vez, “para él, cada momento, es una experiencia nueva. Por ahí nos llama para que veamos el dibujo que formó el tuco sobre uno de los platos. Y, aunque te suene loco, gracias a eso, podemos ver cosas que, de otro modo, se nos pasarían de largo”.

Por eso, aquel mediodía, cuando sentados bajo el árbol comiendo el almuerzo y descansando hasta volver a la oficina, a su compañero no lo sorprendió el verlo pararse, para comenzar a seguir el camino de hormigas.
Minutos antes, le había comentado a su compañero, sobre el tamaño de una hoja que llevaba sobre el lomo una de ellas. “¡Mirá, es como si llevásemos sobre los hombros al “Gordo” Corvalán!”, dijo riendo. Luego, tras pararse, comenzó a seguir ese hilo negro y movedizo.

El camino de hormigas, iba desde abajo del árbol, cruzando el pasto hasta llegar a la vereda de la plaza, para seguir por el pasto –en paralelo a aquella-, hasta perderse en la esquina.

Su compañero, sentado bajo el árbol, lo veía caminar con pasitos cortos –como una japonesa con kimono-, y la cabeza gacha mirando atento. Cuando se quiso dar cuenta lo vió, inexplicablemente, parado sobre el cordón de la vereda y mirando hacia la calzada.

Lo que su compañero no sabía, era que, él, miraba absorto la junta asfáltica de dilatación que hay entre los bloques de hormigón que componen la calzada. De modo extraordinario, el camino de hormigas, bajaba por el cordón, se perdía bajo la calzada, para aparecer, luego, al otro lado de la calle. Él, estaba maravillado. Las hormigas, se las habían ingeniado, como para cruzar por debajo de la junta de dilatación, evitando así, el que los autos las aplastaran.

El que manejaba la 4×4, relató que, tras tocar los bocinazos, él, en vez de tratar de correrse con rapidez o intentar un salto, levantó los brazos mientras decía algo con una sonrisa. Su compañero, aunque desde más distancia, vio algo parecido.

Mas, una mujer, que se hallaba parada al lado de él, esperando a que el semáforo le diese paso, lo vio largarse a la calle mirando la calzada.
Luego, tras los bocinazos, y en cuanto se dio cuenta de que la 4×4 se le venía encima, lo vio levantar los brazos y mirando hacia el cielo, lo escuchó decir, lo que la mujer, aún no podía entender:

“¡Barbetaaa, preparáte unos mates que llegó el día de conocerte!”

En el velatorio, una amiga de su esposa, extrañada, al ver que ella en vez de mirar el cuerpo de él en el cajón, se la pasaba mirando hacia arriba y moviendo los labios como si hablase con alguien, se acercó a preguntarle:
“¿Nena, me podés decir qué estás haciendo?”

La esposa, como arrancada de de una ensoñación, le respondió sorprendida y sonriente “Estoy hablando con él. Dicen que las almas tardan un tiempo en desprenderse de los cuerpos”.
“¡Y eso, qué tiene que ver!”, preguntó la amiga sin entender.
“¡Cómo, qué tiene que ver! Que el muy hijo de puta, mientras nosotros estamos hechos mierda, debe estar disfrutando de vivir su propio velatorio”.

Acerca de Oscar Posedente 12821 Articles
Periodista, locutor, actor y editor de Semanario Argentino y de Radio A de Miami. Director de Diario Sur Digital.