Los nuevos malandras

Desde que éramos pibes, íbamos conociendo el mundo a través de los distintos estamentos dedicados a ello. Además del Jardín de Infantes o la Primaria, había una escuela tan o más importante que aquellas, la escuela de la calle.

Ahí, en esa mixtura de personajes del barrio y de la vida, estaba escrita en un libro oral, esa otra Biblia que regía nuestras vidas. Así, con dichos como los de mi bisabuela Pilar, teníamos el ejemplo de cómo relacionarnos con el cura y la iglesia: “santidad…mitad de la mitad”. O aquel más tanguero, “un hombre para ser hombre, no debe ser batidor”. De este modo, el decir y hacer de los mayores nos iban marcando, además de un código de convivencia, un modelo de persona a seguir. Todo ello, enmarcado por una palabra, respeto. Y, por sobre todo, tomando la palabra como “el saber mirar”.

Con los años, y después de haber leído un par de libros, uno no puede más que reverenciar la sabiduría de aquellos hombres y mujeres simples, laburantes. A los que, si en aquel entonces uno les hubiera nombrado a Eric Fromm, en el primer tipo que habrían pensado, era en un tendero del Once o Av. Patricios.

Lo que no hubieran imaginado era que ese tipo, en uno de sus libros, planteaba un modo de respeto que ellos practicaban no sólo sin haberlo leído, sino, sin saber quién miércoles era el tal Eric.

Fromm, decía que dos personas que se aman, se respetan. Pero, que ese tipo de respeto, viene de la palabra latina “respicere”: mirar. Por lo tanto, una persona es respetuosa de otra cuando es capaz de mirarla a los ojos, y de mirar desde sus ojos; significa ponerse en el lugar del otro, saber descubrir su peculiaridad e individualidad, no imponerle los propios criterios ni la propia manera de mirar la vida. 
Alguien respeta a alguien cuando sabe vivir con el otro salvando su peculiar manera de ser, ayudándole a mejorar y superarse, pero sin quererlo convertir a la propia imagen y semejanza.

Claro que Don Eric, planteaba estas cosas refiriéndolas al amor de pareja. Nuestros viejos y abuelos, a la comunidad en general. Esta regla-para ser regla al fin-, tenía sus excepciones. Entre ellas, la que comprendía a los denominados por una palabra que esta fuera de uso pero que era muy utilizada por nuestros viejos y abuelos, malandra.

Malandra, en nuestro lunfardo significa delincuente. pero, en aquel entonces, conllevaba una carga despectiva. Tildar a un tipo con tal apelativo era querer decir algo más. No se trataba de un simple ladrón, de un simple chorro. El malandra tenía una característica que lo diferenciaba de chorro o ladrón: no respetaba los códigos. Estaba fuera de esa regla antes mencionada.

Nuestros viejos, tenían un trato respetuoso con un tipo del barrio que se sabía o intuía que andaba en alguna “fulera” y, este, mucho más con los hombres y las mujeres del barrio.

Los amigos de lo ajeno tenían bien claro que, donde se come, no se caga. No en van solía decirse que –medio en broma, medio en serio-, en barrio de chorros no te afanaban. Pero esto, no sucedía con el malandra. Es más, esta catadura de tipos, ni siquiera vivía en un barrio de laburantes.

Porque, los que llegaban a granjearse ese apelativo, sabían que seguir viviendo en el barrio no era seguro. Primero, por la cana, la mayoría tenían orden de captura. Segundo, por los hombres del barrio.
Es que el malandra, en términos de hoy, es un perverso, un psicópata. En palabras de nuestros viejos, un mal bicho, una mala entraña. Un tipo ensoberbecido por el poder. Un tipo que, no sólo era capaz de matar a otro porque no le gustaba la cara, sino que gozaba con ello.

Un impune: no había ley que respetase. Pero sí había una con la que elegían no meterse: la del barrio y, por sobretodo, sus representantes, los varones del barrio. Como decía mi viejo, “cuidado cuando los buenos se enojan”. Así que, como en lo profundo un malandra es un cobarde, le tenía miedo a la honradez de los buenos. Por eso era que, nosotros los pibes, ni les conocíamos las caras.

Pero estas cavilaciones, pertenecen a otros tiempos. Los malandras de hoy, los ensoberbecidos por el poder, son distintos. Ya no matan, contratan a quien lo haga por ellos. Son tan impunes como los de antes. Pero no, por no respetar la ley.

Sino porque, o las promulgan para ellos, o compran a los jueces. Y, por sobre todo, lo que más los diferencia de los de antes, es que los invitan a los programas de televisión, o a las radios, o salen en los periódicos.

Sólo, que no lo hacen en la sección “policiales”.
Pero en lo que sí son iguales a los de antes, es en su condición de malos bichos, de mala entraña.
Se largó la campaña para las PASO. Y, muchos de estos tipos, están ahí, escondidos en las listas sábana.

Aunque, a algunos, desde el retorno de la democracia para acá, en el barrio los conocemos bien: aunque se hagan llamar concejal.

Acerca de Oscar Posedente 12821 Articles
Periodista, locutor, actor y editor de Semanario Argentino y de Radio A de Miami. Director de Diario Sur Digital.