La frase del cazador

A partir de que Carlos lo llamó a Ramón para contarle de su viaje, la mayor parte de los hechos había sido extraña. Desde el reparo en que la conversación fuese a solas, hasta el tenor del relato, a todas luces increíble o poco serio.
Como lo que Carlos comentaba e ese momento acerca de alguien capaz de encerrar a otro en sus pupilas.

-Perdón ¿qué dijiste?- interrumpió Ramón.
-¡Mirá…Si a cada rato me vas a interrumpir, que te cuente otro!- le retrucó Carlos.
-¡Es que resulta poco serio! ¡Que un tipo se meta a otro en las pupilas…!
-¡Escuchame! Vine a contarte esto que me tiene loco. Ya hace un rato que te lo estoy contando para ver si puedo calmarme, y estoy más loco que antes ¿Viste que llegué con los pelos de punta, no? ¡Todavía me cuesta entender qué pasó y vos me venís con que te resulta poco serio! ¡Por qué no te dejas de joder!
-¡Entendeme hermano, es que yo no lo vi!
-¡Entendeme a mí boludo, que soy el que lo vio! Si no lo hubiera visto, estaría lo más tranquilo hablando de cualquier cosa.
-Está bien, tenés razón. Es que no me puedo imaginar cómo un tipo puede hacer para meterse a alguien en las pupilas. Por lo menos, se le saldrían los ojos de la cara.
-No, boludo. No digo que sea un cazador como los que cazan leones u otros bichos. No es que se los meta con cuerpo y todo en los ojos, el tipo atrapa sus voluntades. A partir de pronunciar la frase final, la víctima se convierte en presa de la voluntad del cazador.
-¿Para toda la vida?- interrumpió Ramón con asombro
-No. Para toda la vida, no. Tampoco puede hacerlo con todos. Pero los que caen en las garras de su palabras, ya sea por días, meses, o vaya a saber cuántos años, quedan a merced de la voluntad del tipo.

Ramón guardó silencio, al tiempo que su rostro comenzaba a cambiar: poco a poco, la incredulidad que sus facciones dibujaban, se fue convirtiendo en preocupación. Si lo que estaba escuchando era cierto – y parecía que lo era-, en el lugar de Medio Oriente que su amigo había visitado, le tocó ver cómo un tipo, mientras conversaba con otro sentado frente a él, lo envolvía de tal modo con sus palabras hasta hacerle perder la noción de tiempo y espacio.

Durante este proceso, la víctima iba viendo en las pupilas del cazador- como en un espejismo – que todos sus sueños y deseos se iban haciendo realidad. En este punto el discurso terminaba y era reemplazado por la frase que, como un mantra, era repetida varias veces hasta que la víctima quedaba finalmente atrapada.

Carlos terminó su relato: Ramón ya se veía lleno de dinero y de poder. Mientras una vedette lo besaba en su sueño, Carlos comenzaba a repetir una frase: ¡Síganme, no los voy a defraudar!

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Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

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