Aunque parezca mentira

Esta semana tuve que sacar un certificado de domicilio. ¿La razón? Quería sacar una tarjeta de una de las grandes cadenas de materiales de construcción y cosas para la casa.

Como a los tipos no les alcanza con que uno presente las facturas de luz, gas y teléfono, a tu nombre, te piden un papel firmado por la policía de tu zona, en el que conste que uno vive ¿dónde? Sí, donde dicen las facturas de luz, gas y teléfono.

Lo más cómico es que el certificado te lo dan en la comisaría con solo presentar tu D.N.I y decirles la dirección donde vivís. Así nomás, con solo tu palabra, el policía anota que el señor tal, vive en la calle tal, y listo.

Demás está decir, que es inútil que uno intente preguntarle a cualquier empleado de esta cadena para qué quieren el certificado, que al policía le basta con la palabra de uno, por qué no basta con la factura. Los empleados de cualquier cadena, o de atención telefónica, tienen una especie de casete que les impide todo tipo de razonamiento que no encaje con la respuesta que esperan.

Además, cuando uno intenta sacarlos de sus frases programadas, lo único que logra es ponerlos en cortocircuito. Con lo cual, sus cuerpos se ponen rígidos, sus miradas hacen foco en un punto lejano, y de sus bocas sólo sale la palabra “no”.

Cuando esto ocurre, uno tiene que guardar toda su documentación, y encaminarse a la comisaría.

Es lo que hice esta semana. Cuando llegué, me llamó la atención que, frente al local policial, había cientos de personas. Como pude me acerque hasta la entrada donde un grupo de gente discutían con el subcomisario.

Como todos hablaban al mismo tiempo, decidí mostrarles mi credencial de prensa y se calmaron de golpe -últimamente, todos son “mediáticos”-. Fue así que me contaron que estaban tratando de organizarse: dos o tres grupos querían tomar la comisaría, otros, como yo, venían a hacer trámites, otros denuncias.

El subcomisario les decía que, el gobernador, había dicho que los oficiales cuyas comisarías fuesen tomadas, serían relevados. Por otro lado, había agregado que debían reprimir sin violencia. Por lo tanto, el oficial le preguntaba a la gente si no se les ocurría cómo podía reprimirlos sin que nadie saliera lastimado.

Uno de los que protestaba, le dijo que esa era tarea de él, que para eso ellos, los ciudadanos, le pagaban el sueldo y que, como se veía que no quería trabajar, querían hablar con el comisario.
Justo en ese momento salió el comisario.

En cuanto la gente comenzó a reclamarle, el tipo respondió que ya no tenía autoridad, que había sido relevado por un par de pavadas: enriquecimiento ilícito, robo de autos y un par de secuestros. Antes de subir a su “Mercedez”, dijo que el “Sub” quedaba a cargo de la comisaría. –

¡Pero si este no quiere laburar, no sabe como reprimir sin violencia !- le respondió la gente. El excomisario no los escuchó, subió el vidrio polarizado, puso primera, y se fue rumbo a su mansión en un barrio cerrado.

Como la gente ya se abalanzaba de nuevo sobre el “Sub”, se me ocurrió proponerles que se organizaran. Como era de mañana, y todavía estábamos en horario bancario, les propuse hacer diferentes colas.

Una para trámites, otra para denuncias, y, los que venían a tomar el lugar, que hicieran
una por cada temática: robos, secuestros, corrupción policial, etc. Que los que venían para trámites y denuncias pasaran primero. De ese modo, mientras los policías atendían a la gente, los que esperaban, podían pensar en algún modo de represión pacífica, ya que, después de todo, si la policía no les ofrecía oposición, la toma del lugar no iba a tener gracia.

Horas después, y con mi certificado de domicilio en mis manos, me llegué hasta la sucursal de la cadena. Entré, desplegué mi documentación sobre el mostrador, y, en el centro, bien en el centro, coloqué mi certificado de domicilio.

El empleado ni lo miró, tomó mi factura de teléfono, copió de ahí mi dirección y, dos minutos después, me entregó una tarjeta con mi nombre. “Ya está, vio que fácil, bienvenido a nuestra casa”. Sorprendido, tomé mi tarjeta y me fui.
Mientras me alejaba me acordé de toda la movida que me tuve que comer Entonces me di vuelta y me paré desafiante. Esperando que el tipo me preguntase “¿qué le pasa señor?”.

El empleado ni me miró. Terminó de acomodar mis formularios y, después, como si nada, hizo un bollo con mi certificado y lo tiró a la basura. Aunque parezca mentira.

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Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

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