Dos plantas de morondanga

“¡No, Marcos! ¡Después de tres años, por fin podemos irnos a vivir juntos, y vas a llevar esas dos plantas de morondanga! ¿No entendés que va a ser una nueva vida?”, le dijo ella con los nervios de punta.

Él, no contestó. Mientras sostenía el pucho en una de sus comisuras, y entrecerraba los párpados para que el humo no le hiciera arder los ojos, siguió limpiando las macetas con un papel de cocina.

“¡Marcos, me escuchás, o estoy dibujada! Cuando te fuiste de la pensión al departamentito de San Cristóbal, y después a este, te vi embalar esas plantas cualunques como si fuesen tulipanes.

No dije nada porque eran tus cosas. Pero ahora, comenzamos una nueva vida, entendés.

Además, por si no te diste cuenta, estoy de 3 meses ¡Vamos a tener un hijo, Marcos, un hijo! Si me dijeras que nos vamos a una casa, bueno. Pero es un 3 ambientes y con un balcón de mierda ¡Te parece modo de empezar!”, insistió ella, “Te estoy diciendo que vamos a tener un hijo, que es un comenzar de cero y, a vos, lo único que te importa, es embalar esas plantas como si fuese cristalería fina”.

“Ya sé que no es cristalería, son mis malvones de morondanga. Pero son “mis” malvones. Si cuando me fui de la pensión me hubieses preguntado, sabrías lo que significan para mi. Pero no. No preguntaste.

Al contrario. Siempre te molesto su olor. Y, alguna vez dije algo. No. ”, le contestó esperando una respuesta.

Al ver que lo miraba perpleja, dejó las plantas, abrazó a su mujer, y le hizo una caricia a la incipiente panza.

“Vení, Negra, vamos, pongo la pava y te cuento”
Mientras la llevaba a la “kichinete” siguió con el relato:
“Hace 5 años, cuando desbarranqué, era poco menos que nada. Qué se yo. De la gerencia en la textil, el depto en Palermo, a terminar en la pensión y vendiendo ropa casa por casa, fue como estrolarme contra una pared.

Por esos días, era una ameba, o menos, era la nada misma. Ni siquiera tenía una radio. Je, tampoco despertador. Así que, como la vieja de la pensión se levantaba temprano, le pedí que me llamara a las 5 y media de la matina.

Así, cachaba libre uno de los baños compartidos. Me bañaba rápido, unos mates, y me iba al Once a comprar ropa para vender.

Después, todo el día en la calle vendiendo, compraba unas salchichitas y pan lactal, cenaba, y me tiraba en la cama hasta el otro día.
A los quince días, al volver de vender, me atajó la vieja diciéndo “Perdone ¿se miró al espejo ? Se dio cuenta de lo pálido que está. A usted le falta vida”.

“Yo no entendí. Le di las gracias por no quedar mal y me metí en la pieza.

A los 5 minutos, me golpean la puerta. Cuando abro, era la vieja con estas dos macetas en la mano.” “Tome”, me dijo, “Son dos malvones. Parecen frágiles, pero son capaces de vivir entre las piedras.

Lo único que necesitan, es un poco de agua, y alguien que los quiera”.”Después, me dio las plantas y se fue ¿Entendés, ahora?”, le preguntó a su compañera.
“Vamos”, dijo ella, “Vamos que te ayudo a embalarlas, no sea cosa que los de la mudanza las rompan”.

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Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

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