En algún lugar de la ciudad de Buenos Aires

Sucedió el último viernes. El lugar: la cola de un banco de Capital. La protagonista: una amiga. Lo ocurrido: se relata a continuación.

Iris revisa las facturas que tiene que pagar. Delante de ella hay dos personas-un hombre y una mujer- vestidas de color guinda. Iris ya revisó las facturas y vuelve a contar el total dinero de la suma que debe abonar. Mientras lo hace, la conversación del hombre y la mujer le hacen perder la cuenta: las palabras cardiología y guardia, son las últimas que recuerda antes de prestarle atención a las que siguen y a la tipa y al tipo.
En cuanto los mira, las palabras y la vestimenta –un ambo de hilo de algodón- la dirigen a una tarea inequívoca: el mundo de la medicina.

Segundos después, ya sabe que él es médico, ella enfermera, y que los dos trabajan en una clínica privada. La enfermera es parte del equipo de la UC (unidad coronaria) de la clínica, y está puteando contra el resto de médicos y auxiliares de su equipo que, la noche anterior, la dejaron más de tres horas a ella sola a cargo de toda la UC. El médico, a su vez, putea contra los dueños de la clínica y contra la nueva empresa de limpieza que contrataron.

Cuando la enfermera lo escucha, cambia la dirección de sus insultos para sumarlos a los “hijosdeputa-lareputaquelospario-ylac…hasumadre”, que salen de la boca del médico como ristra de chorizos.

“¿Viste lo que son? ¡No tienen vergüenza! Con solo ver la recepción te podés imaginar el resto”, acota la enfermera entre puteada y puteada.

“Está bien!”, le responde el médico, “la recepción vaya y pase pero, ¿ cuál es el lugar más importante a la hora de estar limpio y totalmente desinfectado?”.
“¡Todos!”, responde rápido la enfermera.
“¡No no! Te pregunté cuál es el lugar que sí o sí tiene que estar limpio y desinfectado”.
La enfermera pone cara de estar pensando en cuál. Lo mismo que la cara de Iris que, aunque no pueda verse, se devana los sesos tratando de responder en silencio la pregunta del millón.

Sin saber nada de medicina-Iris es modista o diseñadora de indumentaria, según el nombre de moda-su cabeza va recorriendo los distintos lugares de una clínica: la recepción no, como dijo el médico no es esencial. Además, por más limpia que esté, la contaminación que ingresa del exterior es constante. En este punto el corazón de Iris comenzó a latir más rápido: acababa de darse cuenta que, al apenas entrar al hall de una clínica u hospital cuando iba a visitar a alguien, ya estaría en contacto con cientos de miles de virus y bacterias.

El corazón de Iris se vuelve a acelerar: acaba de recordar que, hace dos días, acompaño a su mejor amiga a la clínica de su obra social para una consulta menor.

Iba a tener que avisarle, tenían que estar atentas, dos días no eran nada pero, podían estar incubando vaya a saber qué porquería. Ahora se sentía bárbara, pero en quince días o más, capaz que terminaba en terapia.

Las pulsaciones de Iris siguieron aumentando: sus pensamientos estaban firmes y duros. Como esos perros que después de, mandarse una cagada se quedan quietos y temblando a unos metros de uno, por temor a que, si pasan delante nuestro, los reventemos de una patada. Sus posibilidades de pensar y responder la pregunta no pasaban de la recepción: para qué más, si con eso tenía suficiente.

Fue entonces que la enfermera vino en su ayuda:
Sabés que no se me ocurre. Sigo pensando que todos los lugares son importantes.

¿No te das cuenta? ¡Los quirófanos! Por menor que sea una intervención, qué sé yo, por ejemplo un callo plantal, si el quirófano no esta debidamente limpio y desinfectado, corrés el riego de contraer una infección intrahospitalaria. ¿Entendés? Vas a la clínica por una boludez, y terminás en terapia o en el cementerio.

¡El que sigue! La voz del cajero trajo al médico y a la enfermera a la realidad. La primera en ser atendida fue la enfermera que, al terminar, se quedó a un costado de la caja esperando al médico. Cuando éste terminó, Iris los vio marcharse camino a la salida.

Mientras los veía alejarse, una nueva pregunta se sumó a su angustia: ¿Cuál era la clínica en la que trabajaban?
¡Señorita!¡Señorita- la voz del cajero intentó sacarla del transe en el que estaba: el cuerpo rígido, las manos duras-apretando las facturas y el dinero-, y la mirada perdida en la puerta del banco.

Mientras una de las empleadas del banco le acercaba un vaso de agua y le preguntaba si se sentía mejor, Iris comenzó a asimilar su nueva realidad: en algún lugar de la ciudad hay una clínica no muy segura.

Lo peor no es eso, como dice ella, lo peor es no saber cuál es.

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Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

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