Ese hermoso y “gordo” amor

El día amaneció gris. No hace mucho calor, pero la humedad apesta. Desde el ventanal veo el patio mojado por ese rocío denso que parece jabón. “Será posible, con este tiempo no seca nada”, dice mi “Negra” mientras toca la ropa tendida en la soga. Su voz me llega como un eco de otras voces. De repente escucho a mi abuela, a mi vieja, o a todas las viejas de cuando era pibe repitiendo lo mismo cada vez que la humedad de Buenos Aires parecía a punto de hacer cierto aquello de “lo que mata es la humedad”. “Decí que del lavarropas sale casi seca, que si no”, interrumpe la morocha mate en mano.

Mientras me tomo el “verde”, la imagen de mis viejos se dibuja en el fondo. El viejo puso una tabla en una silla y una de sus rodillas, apoyada sobre ella, la aprisiona con su peso para que no se mueva,  mientras la sostiene también con la “zurda”-su mano libre-, así la derecha, serrucho en mano, podrá hacer un corte perfecto. La “Gorda” está parada al lado de él mientras espera que termine de serruchar y así darle el “amargo” que acuna entre sus manos. “Qué cosa”, me digo mientras la miro, “debe tener 30 ó 40 Kg. más que cuando se casó. ¿Cuántos años tendrá ahora…cuarenta, cuarenta y dos? ¿Y kilos? Quién se iba a imaginar que después de tres hijos y quince años, esa minita de 46 Kg. que con su cintura paraba los relojes y volvía loco a ese tipo que, ahora, transpiraba bajo el sol serrucho en mano, tendría unas caderas más grandes que el “Ecuador”.

Mientras pienso esto, el ruido de una madera al golpear contra el piso, me lleva a ver al viejo: acaba de terminar de serruchar y está revisando el corte. “El tampoco es el mismo”, concluyo al verlo, “y no porque esté en musculosa o porque el aserrín haya encanecido tempranamente sus cejas. Así, parado como está en medio del patio, su cuerpo se asemeja al tronco de un “palo borracho”. Nada parecido al de aquel “Charles Atlas” que le “tiró los perros” a mi vieja, mientras le tendía el brazo para ayudarla a cruzar la zanja cuando en el barrio no existían ni el asfalto ni las cloacas”.

Ahora el “veterano” retira los restos de aserrín de la tabla que cortó, cierra un ojo, revisa que el corte esté en escuadra, la apoya sobre la mesa de trabajo y agarra el mate que la “Gorda” le extiende. El viejo toma despacio, con gusto. Pero no es el mate lo que saborea, es el momento. Esa cosa de estar en el patio de su casa, bajo el sol de un sábado de primavera, entregado a la tarea de arreglar el galponcito del fondo, con la única compañía de “su” gorda, cebándole unos mates.

El ruidito anuncia que el mate se ha vaciado. Él pega un par de chupadas más hasta confirmarlo y, mientras le sonríe a lo “Charles Atlas”, se lo entrega a ella que, sonriente, gira sobre sí, para recorrer la galería con su cinturita de “parar relojes”, camino a la cocina.

Están solos en la casa. Sus hijas, están con las amigas cuchicheando sobre primeros “filos”. Su hijo, en el potrero, jugando a la pelota. Para los dos, no cuentan ni los años, ni los lípidos, ni los kilos de más. Solo son dos enamorados tejiendo un “amor” para la hora de la siesta, la noche, o ambos momentos.

Esta escena, se repitió durante todos los años de su vida hasta que el viejo se fue primero. No quiere decir que se la pasara cortando madera, pero si, que los dos panzones se la pasaron “serruchando” hasta llegar a viejos. Durante todo ese tiempo, la barriga del viejo fue creciendo hasta convertirse en “buzarda”. Las caderas de la gorda, cuando se cayeron, pasaron de ser el círculo de “Ecuador” al “trópico de Capricornio”. Sin embargo, eso jamás fue razón para que dejaran de sentirse sujetos de deseo mutuo. Y eso, además, valía para todos los padres y las madres del barrio: la mayoría de las madres de los pibes, eran gorditas; los padres, barrigones. Pero, por sobre todo, sin padecer los efectos de una palabra que, en “este” tiempo, nos trastorna la vida: culpa.

En la actualidad, solo bastan tener 5 Kg. de más como para que uno se sienta una gorda o un gordo asqueroso. Por lo cual, de sujeto de deseo, nos convertimos en sujetos de tortura…propia. Nos flagelamos todo el tiempo con frases tipo, “¿viste cómo estoy?”, “¿estoy hecho/a un asco, no?”, “ya no sé qué hacer, probé mil dietas y nada, no los puedo bajar”. Menos lindo nos decimos de todo pero, basta que tu marido o tu mujer te digan lo que vos no parás de decir, que estás gordo, como para que saltes con el cuchillo entre los dientes. Con lo cual, no tenemos paz ni cuando estamos a solas, ni cuando estamos en compañía del otro.

Nuestros viejos, con por lo menos 20 Kg. de más, solo hablaban de dieta por cuestiones médicas, no estéticas. No se trata con esto de promocionar la hiper-obesidad sino, de dejar de lado la “narcisismo-boludez” de confundir “hinchazón” con “gordura”. Esa que nos lleva a creer que nuestro ombligo, es el horizonte. Como si el secreto de la vida se pudiera alcanzar con abdominales tipo “Osvaldo Laport” en “Catriel”.

Perdón, creo que tengo que parar de escribir: mi vieja está saliendo de la cocina con otro mate para el viejo. Me parece que tenemos que respetar su intimidad, no sea cosa que el “amor”, termine en “mañanero”. Además, mi negra acaba de decirme que se acabó la yerba, creo que voy a atajarla antes que vaya al almacén. Ella dice que tiene 4 Kg. de más, mis ojos de amarla, dicen que ¡está bárbara!

Feliz Día de los Enamorados!!!

mm
Acerca de Ricky Veiga 52 Articles
Escritor, guionista, productor de Radio y TV.

Sea el primero en comentar