El futuro de Argentina

Mucho se discute en estos días los nombres de los probables candidatos a Presidente de Argentina en las elecciones del próximo mes de octubre del 2019. Como ha sido habitual en los corredores, pasillos, comidas, o charlas de café, siempre se preguntan quién sera el nuevo Presidente

Mucho se discute en estos días los nombres de los probables candidatos a Presidente de Argentina en las elecciones del próximo mes de octubre del 2019.
Como ha sido habitual en los corredores, pasillos, comidas, o charlas de café, siempre se preguntan quién sera el nuevo Presidente, dejando trascender en toda conversación, que recaerá en él o en ella el destino de toda La Nación.

Esa discusión o quizás simplemente una charla, refleja metafóricamente el defecto crónico del país. La necesidad del caudillismo que sustituya a las instituciones y a los propios habitantes en su intención de sellar su propio destino.
El Argentino esta convencido que una persona puede cambiar su destino, y desgraciadamente cada vez que ha caído en la trampa del caudillismo ha fracasado. Lo probo con Rosas en el siglo XIX, lo probo con Perón en el siglo XX… y adonde llego?


Las constantes disputas por reelecciones definitivas que se dan en el contexto provincial y aun en el municipal son una muestra de ese apasionamiento por el poder, de la falta de respeto institucional y también, a mi entender, de la falta de compromiso, de la vagancia intelectual, del pueblo que prefiere que otros resuelvan su problema. El caudillismo sigue dominando la agenda política argentina.

Al pueblo Argentino le esta costando entender y acostumbrarse al Presidente Mauricio Macri. Macri no es para nada un caudillo. Es una persona respetuosa de las instituciones, respetuosa de las ideas, aun cuando no las apruebe, y del trabajo institucional y transparente, que comete errores y los reconoce, que intenta lo mejor para el país no para sí. Es la antítesis del caudillo con todo lo que eso significa, por eso representa el cambio.


Extraigo unos párrafos del articulo que escribiera Rogelio Alaniz en el 2011 en el Diario el Litoral sobre los caudillos que decía lo siguiente:
El caudillo no es un recurso táctico, sino un valor estratégico.

Creo no faltar a la verdad si digo que para el populismo la historia se despliega a través de los caudillos, principio único y decisivo de legitimidad. Los argumentos que validan esta hipótesis son diversos, y algunos son más sutiles que otros, pero en todos los casos, lo que se mantiene intacto, erguido como un incandescente becerro de oro, es la imagen mítica y fantasmal del caudillo como realizador efectivo de las aspiraciones nacionales.


Perón, Menem y los Kirchner serían sus expresiones en los últimos cincuenta años. Se trata de políticos que han arribado al poder a través de elecciones, aunque para ellos y sus seguidores la legitimidad real y efectiva no es el la de las instituciones sino la de su carisma personal.

Desde este punto de vista, las instituciones pueden ser una molestia, molestia que no es eliminada no porque no deseen hacerlo, sino porque en la Argentina moderna resulta imposible hacerlo. Desde esa perspectiva, el caudillo está en contradicción permanente con los principios republicanos.

Admite reglas del juego, pero las verdaderas reglas del juego no son públicas, sino privadas. Su sistema de construcción de poder privilegia la lealtad sobre la idoneidad y la sumisión a la crítica. Por convicción, por instinto, prefieren la mediocridad al talento, siempre sospechoso. No hay caudillo sin el deseo íntimo de violar la ley, incluso la que él mismo ha dictado.
El capricho, la arbitrariedad, suelen ser sus privilegios. Al poder se lo desea para abusar de él. ¿Para qué tenerlo si no es para darse esos gustos?


Pero como bien dice el propio Alaniz comentando sobre la posición de Alberdi”. Para Alberdi, el caudillo no sólo es inevitable, sino que en ciertas circunstancias podía llegar a ser deseable. No desconoce que se trata de una solución imperfecta, pero el mismo escritor que con realismo lúcido y descarnado habla de los beneficios de la república posible como camino insoslayable para arribar la república verdadera, dirá en esta polémica que es preferible una solución imperfecta, aceptando al país tal cual es y no tal cual no es.


La pregunta a hacerse en estos casos, es si un siglo y medio más tarde la solución de Alberdi sigue siendo válida. Digamos en principio que Alberdi no negaba objetivos institucionales. Para ello se apoyaba en algunos caudillos juzgados como progresistas para combatir a caudillos bárbaros, sin renunciar en ningún momento al objetivo estratégico de signo liberal y republicano.

Para Alberdi, como para Mitre, el caudillo era un mal necesario con el que había que resignarse a convivir apostando a que los beneficios del capitalismo y la consolidación de las instituciones republicanas fueran eliminando las causas que lo hicieron posible.
El problema en el siglo XXI lo presentan quienes no conformes con evaluar el rol positivo de los caudillos en el pasado, aprueban su vigencia en el presente. No se trata del menor, como dice Alberdi, sino del beneficio mayor. Es obvio que el país ha fracasado con el caudillismo, ha fracasado con los falsos lideres populistas.


Es verdad que hacer las cosas sin caudillismo lleva tiempo y necesita de muchos sacrificios. Pero solamente cuando el país entienda que en las instituciones, en el respeto a ellas, y la consolidación de autoridades democráticas educadas y respetuosas se podrá salir del pozo en el que se viene hundiendo hace 70 años. Con errores y aciertos, fracasos y éxitos, el gobierno de Macri es el primer Gobierno democrático anticaudillista en el poder que cumple un periodo. Es absolutamente imperioso para la consolidación de un futuro mejor que este proceso continue por otro periodo. Con sufrimientos, si, pero no con milagros mafiosos que solo han fracasado, porque mas que milagros han sido estafas constantes de caudillos de otro siglo.

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