25 años del mayor atentado que sufrió Argentina y está impune. POR PABLO DOCIMO

A 25 años del atentado a la AMIA, SEMANARIO ARGENTINO dialogó con el Rabino Dr. Fishel Szlajen, Director de AMIA Cultura y Profesor en la UBA y UNLaM.
El Rabino y Doctor en Filosofía, Fishel Szlajen, posee más de 100 trabajos publicados en su área de investigación, recibiendo premios nacionales e internacionales por sus aportes culturales. Es el primer Rabino en haber sido nombrado Miembro Titular de la Vaticana Academia en Ciencias Bioéticas y recientemente fue galardonado con la máxima distinción que otorga el Senado Nacional, “Mención de Honor Domingo F. Sarmiento”, por su contribución académica para la mejora de la calidad de vida de sus semejantes, instituciones y comunidades.

-A 25 años del atentado a la AMIA, ¿cuál es su reflexión como rabino e integrante de la institución, ya sea antes, durante y después del acto terrorista?
-Sin entrar en las sempiternas egocéntricas conjeturas políticas ni en cuestiones económicas o geopolíticas, las cuales merecerían un análisis particular respecto de la influencia de Irán y los sectores integristas o células radicalizadas islámicas en la región, los hechos objetivos son los siguientes. Hace 25 años que el mayor atentado terrorista sufrido por la Nación Argentina está impune, y así sus 85 víctimas fatales y más de 300 heridos.
Lo único hasta ahora actuado en términos reales y desde los estratos más relevantes para ello, es la generación de un aparato considerable de metodologías, letanías y fórmulas excusatorias, provocativas, denostativas e insultantes, argumentando lo absurdo y mintiendo descaradamente, todo lo cual no resuelve la problemática sino que la desvía y aumenta, posibilitando en definitiva la repetición de aquellos horrores.

Rabino Dr. Fishel Szlajen, Director de AMIA Cultura y Profesor en la UBA y UNLaM.

-¿Qué consideraciones merecen para usted este cuarto de siglo de impunidad?
-Esta absoluta falta de justicia obedece a la constantemente incrementada ausencia de responsabilidad individual e institucional de los gobernantes, dirigentes o funcionarios públicos, en lo individual y en lo institucional. Es decir, la carencia de compromiso con las genuinas obligaciones del cargo para el cual se ha elegido a un individuo es lo que ha contribuido a un cada vez mayor desentendimiento y desvinculación sistemática de las responsabilidades institucionales e individuales y a la erosión del sentido de la vergüenza en la política. En otros términos, la política y la justicia están sometidas a un mero cálculo contractual de intereses de turno, los cuales son totalmente ajenos a los que debería tener tanto la política, como el arte de transformar la realidad para la mejora de la vida de los ciudadanos, así como la justicia entendida como el mecanismo de derechos y obligaciones para dirimir responsabilidades cuyo espíritu es la idea de la desinteresada responsabilidad para con el otro.
Y sin este sentido de responsabilidad no hay acción posible preventiva ni correctiva, sino sólo más injusticia y futuras víctimas. Y esto de hecho atestigua una peligrosa falta de voluntad por considerar las formas en las cuales los errores del pasado reverberan y nos afectan en el presente repitiéndose, así como lo harán en el futuro.
De hecho, esta erosión de la responsabilidad tiene a su vez su origen en un último estrato, la ausencia del sentido de la vergüenza. Ya desde el Talmud el judaísmo enfatiza que la intensa vergüenza que uno siente por sus propios actos transgresores posee carácter expiatorio, y esto es debido a que señala un límite en el sujeto que lo fuerza a no repetir aquel acto e incluso reparándolo, arrepintiéndose, y por ello constituyendo un prístino sentido de responsabilidad hacia sí mismo y hacia el otro. Responsabilidad que luego permite construir un sistema de justicia. Y esto es porque la vergüenza tiene como particularidad el hecho de ser una emoción auto-referencial de la cual uno no puede escaparse, imposible de desdoblarse del mismo sujeto que la siente, incomodándolo intensamente por corroer su conciencia, y por eso demandándole en principio la toma de responsabilidad por él mismo, para luego extenderla hacia un tercero. Es por ello que lo esperado de una persona avergonzada es que pueda retractarse con una consideración genuina reparando su error sobreponiéndose a su egoísmo y no volverlo a cometer. De esta forma, si la vergüenza precede al sentido de responsabilidad para luego llegar a la justicia, se debe tomar nota de la actual peligrosa suspensión de esta vergüenza, explicando así la cancelación del sentido de la responsabilidad en lo social y político de la categoría de culpable y la consecuente denigración de la víctima y el desamparo de otras potenciales, resultando todo ello en la mencionada falta de justicia.Hoy la cotidiana erosión de la vergüenza es aceptada y considerada como algo innato a la función pública, al punto de permitir utilizar la misma siniestra retórica para anular sistemáticamente todo vestigio de responsabilidad social y política, ahora como estrategia para socavar a las víctimas, dando impunidad a los culpables. Y así, sin vergüenza en tanto el primigenio estrato para el sentido de la responsabilidad, en pos de ulteriormente conformar un sistema de justicia, el contrato social deviene inútil, sin sentido, ya que la autoridad de la ley no es gravitante y las instituciones carecen de toda seriedad e importancia.
Toda esta degradación en la arena política, pandeándose conforme a sus sórdidos intereses y excesos, presupone también la complicidad consciente de la ciudadanía por medio de acciones u omisiones cotidianas que afirman o al menos no niegan eficazmente aquellas prácticas.
Por ello, si queremos derogar la complicidad de cada uno de nosotros en esta corrupción, debemos romper los lazos que nos atan a estas actitudes únicamente mediante nuestra praxis, comenzando por nuestros propios entornos, actuando diferente, exigiendo y presionando por todos los medios posibles para que los dirigentes así también lo hagan.
La única forma posible de cambio es a través de la praxis, luego viene el cambio en el pensamiento que la realimenta, tal como predicaban Platón y Aristóteles para quienes toda disposición del carácter procede de la costumbre. Y como también enseña Maimónides, para quien la educación tiene la función de crear hábitos; o bien en la modernidad John Dewey, quien establece que se aprende haciendo.

-¿Y el “pacto con Irán”?
El Memorandum, más allá de todo tecnicismo jurídico y menoscabó a la soberanía territorial y al sistema jurídico argentino, proponía que el investigador de un asesinato en masa y el principal sospechoso de dicho crimen así indicado por la justicia argentina y con pedido de captura, acordara averiguar quién fue el autor de dicho crimen.

  • A la luz de estas reflexiones ¿Qué consideraciones le merece el asesinato del Fiscal Nisman?
    -El fiscal Nisman era quien estaba cargo de la causa AMIA, habiendo descubierto colateralmente un posible encubrimiento y salvoconducto de los principales sospechosos de dicho atentado, vinculando en estos hechos a las más altas figuras del otrora gobierno nacional. Repentinamente aparece muerto horas antes de presentar dicha denuncia más los documentos y escuchas que sostendrían estas gravísimas imputaciones.
    Este hecho nuevamente patentiza la absoluta nulidad de vergüenza, imposibilitando toda demanda interna de reparación y por ende una vacuidad de responsabilidad y justicia.
    Esta obscena oquedad fue clara y ostensible en aquellos funcionarios gubernamentales, orgánicos o inorgánicos, que patológicamente vilipendiaron al mismo fiscal Alberto Nisman, a la marcha del silencio, así como a otras manifestaciones similares, diciendo y desdiciéndose impúdicamente sobre su muerte, incursionando en el Poder Judicial pero manifestando que no lo hacen, difamando e insultando todo lo que se opone a sus ideologías o intereses de turno, pero que luego a modo de trámite burocrático piden burlescas disculpas para en otra oportunidad despacharse nuevamente con el mismo mecanismo discursivo.

-¿Cuál cree entonces que sería nuestro deber como sociedad y más allá del caso puntual de AMIA?
Desgraciadamente y luego ya de un cuarto de siglo del atentado terrorista a la AMIA, al menos yo no vislumbro, aunque desde ya pugno por, un cambio cultural que permita la efectiva posibilidad de justicia en nuestro país.
Hasta el presente, no hemos cumplido con el deber primero que es la indispensable reconstrucción ciudadana del sentido de la vergüenza. Restauración que no proviene de la capacidad discursiva o excusatoria, contestataria o complaciente, sino desde la misma praxis, manifestando y ejerciendo la más firme oposición y escarmiento a toda evasión de responsabilidad o deliberado incumplimiento. Sólo así tendremos acceso a la justicia y por ende a la vida civilizada, constituyéndonos en un pueblo maduro y por ende con funcionarios a la altura de las circunstancias, pudiendo cumplir con el civilizatorio mandato del Deuteronomio 16:20 “Justicia, justicia haz de procurar a fin de que vivas…”.

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Escritor , periodista.

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