Policía de la Provincia de Buenos Aires: La protesta no fue sólo un reclamo salarial

Es muy argentino buscar un complot sólo donde conviene, pero la protesta de la Policía Bonaerense de esta semana no vino de ninguna mente maestra. La movilización de efectivos empujó al Gobierno a un acuerdo que dividió las aguas políticas y puso en evidencia el peso aplastante de la pirámide policial.

Los efectivos que salieron a la calle para manifestar su descontento, son los de rangos bajos de los comandos de patrullas que no llegaban a $40 mil netos en sus recibos y buscan empleos suplementarios de vigilancia donde sea, en countries, en empresas de seguridad privada, que maneja después de horas un auto prestado para alguna aplicación después de patrullar el Conurbano con un chaleco vencido. También salieron las mujeres, madres solteras, con chicos criados por sus abuelas. La verdadera Bonaerense, la que tiene plata, no necesita quejarse en público, porque el que tiene plata, literalmente, no llora.

Decenas de oficiales jerárquicos, comisarios y subs, jefes de divisiones, jefes de jurisdicciones, en servicio y retirados no se sorprendieron de los hechos porque tenían claro lo que Iba a pasar. “Pasa por la base”, decían. Los del real poder no necesitan cortar ninguna calle. Los más de 50 patrulleros que llegaron al cruce de Florencio Varela, los policías que agitaron durante 72 horas en el Puente 12 de Aldo Bonzi frente al centro de comando de Sergio Berni, los que llegaron a la plaza Brown en Adrogué con sus familias y con carteles que decían “mi vida no vale $50 la hora” tuvieron otra narrativa. “Facebook y WhatsApp, todo pasa por ahí”, aseguraban los jefes en zonas como Berazategui, donde oficiales superiores y personal de la Estación de Policía salieron a la calle a patrullar mientras sus subordinados reclamaban por mejoras salariales y mejores condiciones de trabajo.

La protesta era un hecho que empujaría al gobierno a la paritaria que nadie quiso dar y estaba fuera de su ley interna, que les impide movilizarse o agremiarse. Esa prohibición de un sindicato legítimo dificultó las cosas el doble, la rebelión de las bases no tuvo un líder claro con quién negociar, un referente.

El relato principal de la protesta, emplazada en la grieta política como cualquier cosa que se discute en público en la Argentina, se construyó alrededor del reclamo de dinero pero hubo otras cosas en la discusión de las movilizaciones que la población civil no ve, no sabe o no entiende. El reclamo, básicamente, fue contra la propia cultura de mando de la Bonaerense, la fuerza de seguridad más grande de la Argentina con 90 mil miembros, una pirámide netamente verticalista donde el peso de la cima solo oprime hacia abajo.

Los efectivos hablaban de maltrato interno, sanciones arbitrarias, traslados fuera de su casa, maltrato a personal femenino en sus períodos menstruales, corrupción interna y presuntas coimas exigidas por sus superiores para salvarse.

Fiscales a lo largo del territorio provincial hablaban de preferir a fuerzas federales sobre la provincial para un operativo, comentaban sobre malos resultados, operativos arruinados. “El efectivo tiene la cabeza en cualquier lado menos en su laburo”, dice un fiscal general que recoge las quejas de insatisfacción. Otro jerárquico decía que se trató de otra generación. “Revuelta de pitufos”. Los policías locales creados por la era Scioli, absorbidos por el Ministerio, cargan la marca de estar escasamente preparados, de no haber sido hechos en el molde de la escuela Vucetich. Por ende, su lógica, su cultura, es otra.

“Se rompió la cadena de mando”, decía uno de los efectivos en Olivos y fue porque alguien se atrevió a romperla, las nuevas generaciones con una gorra puesta o el desgaste del tiempo que empujó a la base de la pirámide de la Bonaerense a la mayor protesta de su historia. En Puente 12, el jefe de la fuerza, Daniel García, fue abucheado en público. Esto jamás pasó. Nadie le gritó en público y frente a cámaras a Jorge Matzkin, el jefe de la Bonaerense de Scioli, o a Pablo Bressi, el jefe de Ritondo.

Un cartel en La Matanza decía “Sin sanciones disciplinarias”, mientras tanto, Sergio Berni no aclaró este tema, tampoco Axel Kicillof, aunque una alta fuente jerárquica de la Procuración aseguraba que comisarios en zonas como La Matanza y Lomas de Zamora habían presentado denuncias bajo la calificación de averiguación de delito contra sus subalternos por negarse a salir a patrullar y una de las principales quejas de los efectivos es el estado general de los móviles y de sus chalecos antibalas.

La protesta en la Quinta de Olivos fue el final que anuló cualquier voluntad de consenso. No es fácil empatizar con un funcionario público que protesta en la calle con una pistola reglamentaria al cinto frente a sitio donde duerme el presidente electo por el voto democrático. Esto generó el repudio de todo el arco político, desde la izquierda a Juntos por el Cambio. La imagen cortó todo avance posible en una negociación. La Bonaerense tomó lo que el poder le dio y fue llevada a un impasse. En el medio, el anuncio de Alberto Fernández de tomar dinero de la coparticipación a la ciudad de Buenos Aires para saldar el conflicto quebraba la armonía con Larreta en la era del coronavirus.

Finalmente, los anuncios del gobernador no conformaron a todos, no del todo, pero la oportunidad tomada de cambiar la base de la Bonaerense es histórica. De ahí vienen todos los males. (Infobae)

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