Los cafés tradicionales de Buenos Aires pelean por sobrevivir

 Hace sólo nueve meses, decenas de turistas hacían cola diariamente para ingresar al Café Tortoni y sentarse en sus salones de la “belle epoque” argentina, donde brillaron escritores y artistas de la talla de Jorge Luis Borges y Carlos Gardel.

Hoy algunos comensales se acomodan en las mesas instaladas en la vereda de la cafetería más emblemática de Buenos Aires y muy pocos más se distribuyen en el interior mientras son atendidos por dos camareros que se trasladan con parsimonia portando en sus bandejas aerosoles rellenos de alcohol. Dentro del local no se escucha el ruido sordo de risas y voces enzarzadas en amenos debates.

“El año ha sido durísimo… Antes el negocio siempre estaba lleno, había demora para ingresar”, se lamentó con The Associated Press Nicolás Prado, uno de los gerentes de la cafetería situada en el centro de la capital argentina.

Éste y otros muchos “Cafés y Bares Notables” de Buenos Aires, cuya arquitectura centenaria atrae a los turistas y su ambiente acogedor invita al encuentro, pelean por sobrevivir luego de una larga cuarentena por el nuevo coronavirus que los hundió en la peor crisis de su historia.

La tarea de los más de 70 establecimientos que son bastiones de la cultura capitalina es ardua en medio de una recesión que ha secado los bolsillos de los argentinos y de una pandemia que, aunque desde septiembre está en retroceso en la ciudad, sigue representando una amenaza.

Que al menos cuatro de ellos hayan cerrado sus persianas luego de haber sufrido meses de ingresos nulos y varios estén al filo del hacerlo muestra la profunda crisis que golpeó al sector gastronómico capitalino, en el que unos 2.000 bares, cafés y restaurantes cerraron desde el 20 de marzo, cuando se estableció la cuarentena. En tanto, más de 20.000 comercios de diferentes sectores se han visto obligados a echar la persiana.

“Hay un dicho en este negocio: ‘la gente llama a la gente’… y en este momento no hay gente en ningún lado”, sostuvo Prado en referencia a los oficinistas y turistas casi ausentes en el casco histórico y financiero donde se encuentra el Café Tortoni.

Fundada en 1858, la cafetería más antigua de la ciudad conserva los lujosos techos de vitral, la boiserie —mueble de madera adosado a la pared— y las mesas de madera de roble con mármol verde en sus salones, donde se jugaba al dominó y y se celebraban espectáculos de tango.

Décadas atrás, su subsuelo albergó encuentros literarios a los que asistían entre otros Borges, Julio Cortázar y Alfonsina Storni, así como Luigi Pirandello y Federico García Lorca durante sus estadías en la ciudad.

Gardel era un cliente habitual del lugar y tenía una mesa reservada siempre cerca de una ventana.

Antes de la pandemia, turistas y vecinos de la capital mezclados con intelectuales y artistas llenaban sus salones.

Aprovechando la flexibilización del distanciamiento social por el descenso de los contagios, la llegada del buen tiempo en la primavera austral y la apertura de fronteras con los países limítrofes, Prado y otros gerentes intentan atraer de nuevo a la clientela en mesas instaladas en las veredas y en espacios linderos autorizados por las autoridades locales.

También buscan compensar sus pérdidas con actividades nunca antes realizadas, como el comercio electrónico de tazas y otros souvenirs, la venta de desayunos para cumpleaños, el envío de comidas, el diseño de menús “gourmet” para ampliar su oferta gastronómica y la celebración de recitales y otros espectáculos a las puertas de sus establecimientos.

No obstante, la esperanza de recuperarse se tambalea cuando observan que, pese a la depreciación de la moneda argentina que hace más barata la ciudad, los turistas llegan a cuentagotas en un contexto aún pandémico donde no existe una vacuna en circulación.

La clientela del barrio también se hace desear, temerosa de incurrir en gastos para el esparcimiento en medio de una recesión que se arrastra desde hace tres años y que se profundizó durante la pandemia. La caída de la actividad en Argentina llegaría a cerca de 12% este año, la peor que se recuerde.

Pablo Durán, miembro de la Comisión de Cafés Notables, dijo a AP que gerentes y propietarios acudieron a sus ahorros y se endeudaron para mantener los negocios.

“Los bares que más están trabajando facturan 50% de lo que venían facturando. Otros muchos están más abajo, depende de la capacidad de vereda que hayan conseguido”, dijo Durán, que regenta siete locales.

El mayor temor que se avecina es la desaparición a partir de enero de la ayuda prestada por el gobierno para el pago de parte de los salarios de los empleados de estos establecimientos. También atemoriza la suba de los servicios de gas y luz prevista el año próximo.

“Hay que acomodarse, es una economía de guerra” se lamentó Martín Paesch, uno de los gerentes del bar El Federal, considerado el más antiguo de la ciudad. Dijo que resulta difícil porque “el ingreso de la gente ha caído muchísimo y disminuyó el disfrute del ocio”.

En noviembre ese local, que en su interior redujo el aforo habitual de 80 clientes a 15, facturó 85% menos respecto al mismo mes del año anterior. Adentro había días atrás unas pocas personas ubicadas en mesas distanciadas.

El ingeniero Ernesto Frías se sentó por primera vez dentro del local después de largos meses intentando recobrar un hábito que le hace feliz.

“Me gusta trabajar acá”, dijo a AP Frías, de 61 años, mientras tecleaba en la computadora y admiraba la decoración del viejo bar y disfrutaba del ruido de los camareros trajinando detrás de la barra de madera con un arco en alzada.

El Federal inició sus días como una “pulpería” que vendía bebidas y comestibles y según algunas versiones, luego alojó un prostíbulo. Fue testigo de la epidemia de la fiebre amarilla de fines del siglo XIX que azotó el viejo barrio de San Telmo y sirvió como escenario para clásicos del cine argentino. Sus mosaicos calcáreos originales, la antigua máquina registradora y los avisos publicitarios del siglo pasado forman parte de su colección de piezas únicas.

Frías, quien se situó cerca de una ventana abierta que permitía la circulación de aire, comentó que se sigue sintiendo aprensivo con la situación sanitaria.

Desde la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (FECOBA) se trabaja en un plan estratégico para hacer sentir a los clientes a salvo, dijo su presidente Fabián Castillo. “Hay que ver cómo la gente se siente segura y no se va a enfermar en esos cafés o bares”, señaló.

Argentina acumula más de 1,4 millón de infectados y cerca de 39.200 muertos. Aunque en los últimos meses el número de infectados ha ido en descenso, últimamente suelen registrarse entre 5.000 y 8.000 casos diarios.

Para impulsar el sector de los Notables, las autoridades otorgaron subsidios y les condonaron de algunos impuestos. También los sumaron a programaciones artísticas.

El café El Viejo Buzón organizó días atrás su primer espectáculo desde marzo, esta vez en un espacio lindero tomado a la calle.

Tras acomodar los parlantes antes de dar un recital de rock, la compositora y cantante Karen Bennet destacó a AP que ese era su primer show en vivo luego de meses haciendo streaming. Su actuación ante familias con ancianos y niños cerró la semana del “Orgullo” para promocionar los derechos LGBTIQ ( Lesbiana, Gay, Bisexual, Trans, Travesti, Intersexual, Queer y otras identidades), la cual por primera vez se celebra en algunos cafés Notables.

Situado donde se juntan seis esquinas y cerca de la cancha del club de fútbol Ferro Carril Oeste, El Viejo Buzón es un lugar donde se juntan vecinos, hinchas del equipo, jugadores y exjugadores. Fue declarado Café Notable en 2014 debido a su aporte a la cultura de Buenos Aires y está entre los diez cafés preferidos de sus habitantes.

“Lo mío no es un negocio, es un sentimiento”, dijo su gerente, Felipe “Toto” Evangelista, quien se dice dispuesto a subsistir como sea. “Me quedaré defendiendo esta esquina”, afirmó.

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