¿Por qué nos cuesta tanto hablar por teléfono?: preferimos escribir a dejar o recibir audios

Con la caída de WhatsApp volvieron los llamados. Cualquier excusa sirve para no atender, contestamos rápido. Los nuevos hábitos que se imponen en la comunicación.

Nueva comunicación: preferimos escribir. Esta semana un evento rompió la rutina. Algunos creíamos que nuestra conexión de Internet estaba fallando y otros que habían agotado los datos. No era un tema individual: una caída mundial de WhatsApp, Facebook e Instagram nos dejó desnudos. Sí, a la intemperie, sin el escudo que nos defiende de la necesidad de reaccionar rápido, de responder sin especulación.

Aunque parezca un poco retorcido, algo de esto hay. Tenemos estrategias para responder cuando queremos y miles de excusas para justificar por qué “clavamos el visto” o dejamos las dos marquitas grises de mensaje no leído.

Hoy, todo es por escrito, todo por mensaje. La naturalidad con que respondíamos o llamábamos por teléfono cedió el lugar a la escritura instantánea y a la ventaja de poder pensar y borrar cuando tenemos que contestar.

¿Por qué nos cuesta tanto hablar por teléfono?: preferimos escribir a dejar o recibir audios

En ese escenario, hay dos fenómenos opuestos y coexistentes. El deseo de participar, dar opinión, intervenir en una conversación más o menos pública convive con la voluntad de no exponerse, clausurar la comunicación o no darle lugar a la palabra del otro cuando lo consideramos una intrusión.

Más allá de la decisión de participar en una conversación, la práctica de la lengua oral está en franca disminución. Decimos pocas palabras, emitimos menos sonidos, tratamos de evitar los intercambios orales. Sin dudas, la pandemia fue el catalizador. Obligados al ostracismo, una vez que superamos el frenesí de los primeros Zooms que resultaban muy novedosos, cerramos la boca y nuestra voz dejó de sernos tan familiar. Esta tendencia ya estaba impuesta antes del COVID sobre todo entre los jóvenes que se manejan con total naturalidad dispositivos y código secretos.

Detengámonos a pensar, por ejemplo, en la cantidad de matices que -entre caracteres y emojis- existen para representar la risa. ¿Cómo se podrían traducir todas esas especificidades en el sonido? Es imposible competir: jajajaja!, : – ); : – D, X D. Lo más particular es que la elección de una u otra forma de reír tiene que ver con una intención -ironía, asombro, complicidad- y con la comodidad (no voy a ir a buscar el emoji si me puedo reír con el teclado).

Rechazo a hablar por teléfono sería un primer diagnóstico, pero algunos van más lejos y advierten sobre la “teléfonofobia” que se define como la ansiedad que provoca interactuar con otros por teléfono.

Lo mismo va para la manera de escribir sin signos de puntuación, todo seguido y con minúscula. En realidad no estamos escribiendo, estamos hablando con la velocidad del habla, pero con menos espontaneidad. Claro, en este oral escrito tenemos por lo menos tres ventajas: podemos borrar, podemos eludir alguna pregunta y podemos parar de responder si algo no nos gusta o decidimos no avanzar en la información. Escribir nos preserva, tenemos menos exposición y nos sentimos más confiados y menos exigidos.

Hasta acá, una mirada general de cómo el escrito reemplazó al oral. Los mensajes escritos son más aceptados que los audios. Aunque se haya agregado la opción de pasarlos más rápido, hay que dedicarles tiempo, ese bien que está en el centro de la disputa. Si no tenemos paciencia para oír, menos tenemos para oír y hablar. “Yo no tengo ganas de hablar por teléfono, demasiado tengo que hablar en mi trabajo por obligación. Para contestar elijo escribir, es más neutro que un mensaje de voz que muestra el estado de ánimo”, afirma una periodista. Rechazo a hablar por teléfono sería un primer diagnóstico, pero algunos van más lejos y advierten sobre la “teléfonofobia” que se define como la ansiedad que provoca interactuar con otros por teléfono.

Esta tendencia se vuelve evidente entre los jóvenes. El estudio “Generation mute, millenials phone call statistics”, que trabajó con un corpus de 1.200 millennials estadounidenses, reflejó que el 81% de los encuestados siente ansiedad al llamar por teléfono y tiene que prepararse de forma especial antes de hacer una llamada. No es algo que les surja naturalmente, ese hábito de “llamar a alguien para charlar un rato” está devaluado. Los encuestados tienen varias formas de justificarse. Entre las razones para rechazar las llamadas, se destacan el hecho de considerarlas una pérdida de tiempo, el miedo a la confrontación y el temor a que la persona llame para pedir un favor. Entre las excusas más populares para no atender, el trabajo menciona: “no escuché el teléfono”, “estaba en una reunión”, “no tenía señal”.

Como descripción es acertada y no habría por qué modificar los nuevos hábitos. Sin embargo, la capacidad de llevar adelante un intercambio oral dejó de ser un aprendizaje. Hablar es natural, pero no es sencillo si dejamos de practicarlo. Armar frases complejas espontáneamente, expresarnos con un vocabulario adecuado y saber cómo reaccionar frente a la palabra del otro son habilidades necesarias a las que no sería conveniente renunciar.(TN)

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