Vladimir Putin es el «mejor aliado» de Alberto Fernández

El presidente argentino decidió ratificar su viaje a Rusia y China para estrechar la mano con dos mandatarios polémicos, el ruso Vladimir Putin y el chino Xi Jinping. Ambos enfrentan acusaciones por violaciones a los derechos humanos, el ajuste de los cerrojos a la disidencia interna y su expansionismo beligerante hacia el exterior.

Vladimir Putin es el «mejor aliado». La visita del mandatario argentino a Rusia se produce además en medio del despliegue masivo de tropas rusas en la frontera con Ucrania. En tanto varias potencias del mundo se declararon en contra de ese avance, Alberto Fernández se sentó este Jueves mano a mano con Vladimir Putin en el Kremlin y le comunicó: «Estoy empecinado en que Argentina deje esa dependencia tan grande con el FMI y con Estados Unidos y tiene que abrirse hacia otros lados y creo que Rusia tiene un lugar muy importante».

Fernández ofreció que la Argentina opere como puerto principal para el desembarco ruso en la región: «Tenemos que ver la manera de que Argentina se convierta en una puerta de entrada de Rusia en América Latina, para que Rusia ingrese de una manera más decidida», ofrendó antes de compartir un almuerzo de tres horas en el Kremlin.

Vladimir Putin es un ex agente de la KGB que busca la reelección indefinida, de hecho ya gobernó su país durante 20 años y limpió los obstáculos legales para seguir en el poder otros 15 años más. Se alía con los jefes más autocráticos de Europa

Vladimir Putin es el "mejor aliado" de Alberto Fernández

Llegó al poder en 1999 como un reformista y fue virando en un autócrata sobre el que se levanta una larga sombra de asesinatos de ex aliados, opositores y críticos.

Al listar los detractores Infobae mencionó a Boris Nemtsov, quien recibió 4 balazos por la espalda mientras atravesaba un puente frente al Kremlin, al ex agente secreto Alexander Litvinenko, envenenado con polonio radiactivo luego de escribir dos libros denunciando que Putin había dado la orden de asesinar al magnate Borís Berezovski, que apareció ahorcado ó la periodista Anna Politkovskaya, el caso más emblemático de una treintena de periodistas que investigaban al poder y aparecieron muertos desde la llegada de Putin al gobierno.

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Ante esos antecedentes, Alexei Navalny, el último dirigente que intentó asomar la cabeza para oponerse en serio a Putin, puede considerarse un afortunado: sobrevivió a un envenenamiento y apenas purga una condena arbitraria -según el veredicto del tribunal europeo de Derechos humanos- en condiciones carcelarias deplorables ante el clamor internacional por su liberación.

Los que tampoco la pasan nada bien en Rusia son los homosexuales, transexuales y cualquiera que no comparta el «enfoque tradicional» que reafirmó Putin una vez más hace pocas semanas en el que «una mujer es una mujer, un hombre es un hombre, una madre es una madre y un padre es un padre». En tanto que las golpizas a homosexuales en las calles con total impunidad son cotidianas.

Siempre que le consultaron al respecto de los enfoques más liberales y modernos sobre la sexualidad y las familias, Putin fue categórico. Para él, se trata de «perturbaciones socioculturales de Occidente».

En 2021 sostuvo que «creer que un niño puede convertirse en una niña y viceversa es monstruoso y al borde de un crimen contra la humanidad».

Para asegurarse que nada vaya a cambiar, en plena pandemia firmó una reforma constitucional que no sólo le habilitó su reelección hasta 2036 sino que prohibió formalmente cualquier tipo de matrimonio entre personas del mismo sexo así como las adopciones transgénero y bloqueó cualquier legislación futura que flexibilice estas normas, al establecer la «fe en Dios» como un valor central para la vida del país.

Pero también hay otro Putin, el que actúa en el mapa geopolítico global, donde si algo caracteriza sus movimientos son sus alianzas con los líderes más autocráticos del planeta, como el húngaro Viktor Orbán y el bielorruso Alexander Lukashenko, que ya avisó que será el primero en acompañarlo si decide invadir Ucrania para «devolverla al seno de nuestro eslavismo». En Medio Oriente, su socio es el dictador sirio Bashar Al-Asad, a quien ayudó a salir airoso de la guerra civil.

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En otro orden de cosas, organizaciones civiles y gobiernos han denunciado la intervención de hackers rusos amparados por el Kremlin en los procesos electorales de Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia y República Checa, entre otros, con el objetivo de polarizar los electorados y fortalecer a los candidatos que Moscú presume más cercanos a sus intereses.

En América Latina, hasta ahora, sus mejores migas las ha hecho con la Venezuela de Nicolás Maduro, la Cuba de Miguel Díaz-Canel, la Nicaragua de Daniel Ortega y la Bolivia de Evo Morales.

En todos los casos, Putin suele ofrecer apoyo político en foros internacionales y alguna asistencia militar, de infraestructura energética o de transporte y con la otra mano solicita un acceso amplio a recursos naturales y posiciones estratégicas, como los cientos de millones de barriles de petróleo venezolano que han partido hacia Moscú a precio de remate.

No es casualidad que en los últimos días haya amenazado con que una posible venganza si Ucrania entrara a la OTAN sería instalar bases rusas en Cuba o Venezuela. En este último caso, según arriesga Infobae, quizás se trataría apenas de blanquear las que ya existen hace tiempo, según han denunciado ex generales venezolanos que huyeron al exilio.(iprofesional)

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