La media vuelta

Al apenas llegar, fue directo al mar. Desde allí pensó en esa costumbre casi atávica de volver a la vieja casa cada vez que se daba de bruces contra la realidad. En ese momento, sintió una vez más que era inútil la terapia. Que jamás lo iba a resolver.

Miró nuevamente hacia el horizonte, cerró los ojos, sintió la brisa del atardecer dándole en su rostro, y se dirigió a la casa. Hacía frío.

El reflejo del fuego, ardiendo en el hogar, le iluminaba el rostro. Allí, sentada en el piso, con el living a oscuras y una copa de vino entre las manos, lloraba en silencio, mientras en el equipo sonaba “Luis Miguel”.

Lejos, en Buenos Aires, él estaría con la otra esperando a que a ella se le pasara la bronca y volviese una vez más, como siempre. Ni siquiera se odió por ese pensamiento, no tenía espacio para eso. El vacío que sentía era tan grande, que no dejaba lugar para ningún sentimiento.

Al fin de cuentas, él, no era el primer “él” que la abandonaba o le era infiel. Le era tan común como volver a la vieja casa con cada crisis.

“¿No serás vos quien las provoca?”, resonó en el silencio la voz de su psicóloga preguntándole, rememorando una respuesta que conocía hace años.

La conocía desde los 7 años. Aunque recién pudo ponerla en palabras a los 23, tres años después de que volvió a abrir la casa, luego que su madre la cerrase, después de aquella fatídica tarde con un — ¡Ya está!¡A esta casa no volvemos nunca más!

Con esa frase y, tras cerrar la puerta de la casa de la playa, su madre dejó atrás el dolor, la tomó de la mano, la subió al auto, y puso rumbo a Buenos Aires; unos metros atrás –a pedido de su madre para que ella no la viese-, las seguía la ambulancia con el cuerpo de su padre: la tarde anterior había muerto ahogado.

Lloró durante todo el regreso. De nada sirvieron los retos duros de su madre, ni los tajantes “¡Se terminó!” de esa mujer decidida a dejar el dolor encerrado en esa casa.

Y, así, vivió hasta casi cumplir los veinte años, cuando su novio la dejó por otra.

Esa noche, sin siquiera pensarlo, buscó las llaves de la casa de la playa y condujo así, sin pensar, hasta llegar, bajar del auto, y encaminarse hacia la costa y quedarse frente al mar mientras la brisa le daba en el rostro. Permaneció allí, hasta que el frío la llevó hacía la casa. Esa noche, como la de ahora, lloró en silencio frente al hogar. Solo que aquella vez, con una foto de su padre entre las manos. Así, mientras acariciaba el retrato, entendió por qué estaba ahí, su padre: fue el primer hombre que la había abandonado. Para eso había vuelto, para recuperarlo.

“Hasta que no hagas el duelo. Hasta que no comprendas que no va a volver, todos los hombres te van a engañar o abandonar.”, le dijeron todas las psicólogas. Pero ella no entendía, ni quería entender. Por eso pensaba que perdonaba, para no estar sola.

“…Y en entonces pegaré la media vuelta, y me iré con el sol, cuando muera la tarde”, decía el bolero en la voz de Luis Miguel. De pronto, y aunque lo había escuchado una y mil veces, el tema la llevó a la fatídica tarde. Su padre metiéndose en el mar picado, los gritos de su madre advirtiéndole, el silbato del guardavidas y, luego, su nado inútil en el inútil rescate de su padre con vida. Todo, delante de sus ojos de ¿siete años?

Primero pensó que iba a vomitar, el dolor venía desde su vientre, después, llegó a su garganta y a sus ojos, hasta convertirse en un mar de llanto que casi la ahoga.

Cuando llegó al departamento, él estaba ahí. Lo saludó al pasar y se metió en el dormitorio. Minutos después, salió con un bolso y lo apoyó a un costado de la puerta del departamento, la abrió, y con voz serena le dijo que se fuera, que en el bolso estaban sus cosas, que no volviese nunca más. Él, intentó una explicación. Pero la amenaza de llamar al 911, pudo más que cualquier argumento.

El grito de felicidad que dio al estar sola por primera vez se escuchó desde la planta baja. Después, llamó a la inmobiliaria y les pidió que sacaran el cartel de venta de la casa de la Playa, que le consiguieran pintores, que la iba a conservar: los muy hijos de puta no habían logrado venderla en años, estaba maldita.

Cuando le dijo a la psicóloga que cancelaba la terapia, esta, no quería entender. Cuando entendió que no era la próxima sesión, tuvo que aguantar las preguntas. Todas, con un “no” como respuesta: a la de “si había hecho el duelo”, a la de “que su padre no la había abandonado”, y a todas por el estilo, dijo, no. No le pensaba regalar la respuesta a la que había arribado sola. Desde aquel bolero, el dolor estaba libre. En todo caso, viviría en donde, y con quien le correspondía, con ella. Después, pegó la media vuelta, y se fue con el sol, a tomar algo con las amigas.

Acerca de Oscar Posedente 12821 Articles
Periodista, locutor, actor y editor de Semanario Argentino y de Radio A de Miami. Director de Diario Sur Digital.