La Argentina dio dos señales fuertes ante la región y el mundo: La salida del Grupo de Lima y la pelea con Lacalle Pou

Esto fue con la marca del kirchnerismo duro. Con dos hechos concretos, el Gobierno selló su política internacional y abrió una conocida puerta de confrontación con la política regional de Estados Unidos.

Dos hitos marcaron la política exterior. El primero, un guiño claro y definitivo para Nicolás Maduro, líder del régimen chavista en Venezuela. El segundo, un fuerte cruce entre Alberto Fernández y el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, que esconde una puja por la posición de los países en torno a eventuales acuerdos comerciales.

Respecto a la salida del Grupo de Lima. Se trata de un foro regional que integran 12 países americanos, entre ellos Chile, Brasil, Colombia y Paraguay y que está fuertemente alineado con los Estados Unidos en su posición con respecto a Venezuela. Fue un nexo fundamental con la región en la anterior administración norteamericana de Donald Trump, pero también lo es en la era de Joe Biden -muy cerca, en este sentido, de su antecesor-. Más allá de darle impulso a sanciones que pesan contra el régimen y sus funcionarios y de abordar también distintos ejes de la crisis (como la catástrofe humanitaria y el flujo migratorio), la posición política del Grupo de Lima podría sintetizarse así, rechazo absoluto a Maduro y apoyo al líder opositor, Juan Guaidó.

La salida definitiva de la Argentina terminó de formalizar su posición con respecto al régimen de Nicolás Maduro. Basta solo con repasar algunos de los otros “guiños” que recibió Miraflores desde el comienzo del gobierno de Alberto Fernández.  Primero, la foto impactante de la presencia de Jorge Rodríguez -entones ministro de Comunicación del régimen y artífice de la estructura de censura en ese país- en la asunción del presidente argentino.

A eso le siguieron cuestionadas abstenciones en votaciones importantes en el contexto de la OEA, como la que rechazaba las elecciones legislativas impulsadas por Maduro en Diciembre de 2020 y reconocidas por buena parte del mundo como fraudulentas. Ese hecho fue leído como un respaldo al avance del régimen chavista que intentaba, con esta última arremetida, arrasar con la representación opositora en la Asamblea Nacional.

Otra abstención resonante en el mismo organismo fue la que se dio en el contexto del debate por la crisis migratoria venezolana. Argentina se sumó así a las posiciones de Bolivia, México e Islas del Caribe.

Con estos y otros antecedentes, la salida del Grupo de Lima parecía casi una cuestión de tiempo. Ahora bien, el Gobierno adujo que el Grupo no alcanzó los objetivos de conducir a los venezolanos hacia una solución. Así lo expresó el comunicado de la Cancillería: “La República Argentina formalizó su retiro del denominado Grupo de Lima, al considerar que las acciones que ha venido impulsando el Grupo en el plano internacional, buscando aislar al Gobierno de Venezuela y a sus representantes, no han conducido a nada. Por otro lado, la participación de un sector de la oposición venezolana como un integrante más del Grupo de Lima ha llevado a que se adoptaran posiciones que nuestro Gobierno no ha podido ni puede acompañar”.

La decisión marcó así una distancia abismal con otros países de la región y con los Estados Unidos y se da al mismo tiempo en que la Argentina renegocia su deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo en el que ese país tiene una representación clave.

El segundo hecho resonante en materia de política exterior se dio en el contexto de un encuentro del Mercosur y fue un cruce entre el presidente Alberto Fernández, -en ejercicio de la presidencia pro témpore del bloque-, y su par uruguayo, Luis Lacalle Pou. El contrapunto surgió a partir de un reclamo de Lacalle Pou, quien pidió que el Mercosur no se convirtiera en un “lastre” para que los países miembro puedan sellar acuerdos importantes para su desarrollo. En otras palabras, que Uruguay pueda ver allanado un camino que le permita abrirse al mundo y cerrar acuerdos comerciales.

La respuesta de Alberto Fernández fue que la Argentina no quiere ser “lastre de nadie”, y que si alguna otra nación lo ve así, podía “tomar otro barco”. Luego, el mandatario uruguayo, reafirmó su posición: “Si aguantamos así 10 años más, en el Mercosur vamos a quedar congelados”.

Este cruce primero coloca al Mercosur entre signos de interrogación. Sin dudas, debilita la posición del bloque en negociaciones con otros actores y siembra dudas sobre su futuro, abonando los argumentos de sectores aperturistas en distintos países del bloque, que pueden ver en el Mercosur una traba para los intereses comerciales de los miembros. Además, plantea otro eje de distanciamiento con aliados históricos del país, como Uruguay y Brasil.

Con estos y otros gestos, la política exterior argentina da que hablar en el mundo y tensa relaciones claves. ¿Cuál será entonces su rumbo? Todavía no se sabe. Lo que es seguro es que la posición actual está signada por la concepción que tiene el kirchnerismo más duro sobre las alianzas estratégicas en la región y en el mundo. En un contexto adverso para el país, el costo de algunas de estas decisiones, que lo dejan más aislado y cuestionado, es ahora un interrogante inquietante.(TN)

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Periodista, locutor, actor y editor de Semanario Argentino y de Radio A de Miami. Director de Diario Sur Digital.