Superclásico: Boca festejó contra River en los penales y ya está en semis

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Boca eliminó a River. La realidad, la historia, dirá que lo hizo, que lo logró, que la sexta fue la vencida, que por fin dejó afuera a un equipo de Gallardo de una instancia mano a mano. Que necesitó de los penales (fue 4 a 2 tras el 1 a 1 en los 90), que no jugó bien, que regaló la ventaja futbolística que tenía en los papeles por los casos de Covid en su rival y que había sacado en los hechos con el gol tempranero de Tevez. Pero está en semifinales de la Copa de la Liga (lo espera Racing). Y va por otro título local, por el Tri, una vez más, corriendo de ese camino a su viejo karma.

Sin embargo, casi que no lo celebró. Vaya paradoja, justo cuando consigue lo que tanto había buscado en estos años, ni los jugadores parecieron darse cuenta que el penal de Buffarini les había dado la victoria en los penales. Tan afectado y aturdido estaba Boca por su partido, por esos 90 minutos que dilapidó, por no haber ganado en tiempo regular, que el festejo no fue festejo. 

Fue más desahogo y alivio que alegría y satisfacción. Una mezcla de sensaciones que hablan por sí solas, que se reflejaron en el rostro de Russo en el final y en un abrazo final que tuvo, también, algo de compasión por la circunstancia.

Boca tuvo todo para ganarlo pero no lo hizo. Quizás desde ahí, no se haya sentido pleno para festejarlo como debía. Tuvo todo para ganarlo desde la disponibilidad de sus mejores recursos hasta el gol de Tevez en el arranque del partido (previa falta a Maidana), que le dio paso a su mejor fórmula: el contraataque de sus flechas Villa y Pavón, que tampoco aprovechó.

No podía darse un escenario mejor, más favorable, que encontrarse 1-0, sacarse la mochila de estar obligado a ponerse en ventaja y con un rival disminuido por no disponer de sus mejores armas. Sin embargo, el equipo de Russo dilapidó todo eso, nunca controló el superclásico y se fue devorando a sí mismo con el correr de los minutos.

Sería bastante injusto decir, de todos modos, que dejó a su rival en partido. Lo hizo en parte, con esas chances claras que Tevez desperdició o, mejor dicho, que el arquerito Díaz le tapó como si fuera Armani (sí, así de gigante). Pero fue el propio River el que fue construyendo la heroica, como dijo su presidente. Lo hizo desde la reacción a la adversidad que implica sobreponerse a 15 casos de Covid, desde la superación de los obstáculos adyacentes (la lesión de Enzo Pérez, por caso) y desde la mano de su técnico, táctica, anímica y espiritual sobre Boca.

River, con un Paradela que entró bien, pero con más pibes que estuvieron a la altura (Galván, Beltrán y Lucero entraron cuando ya habían jugado en Reserva) expuso la falta de funcionamiento de un Boca vacío de propuesta. Esa fue, acaso, la carencia más grave del equipo de Russo más allá de la victoria. Aun en las circunstancias más favorables, no se impuso, no dominó, no presionó, no controló, no pasó por arriba a su rival.

Rossi lo salvó en los penales (al equipo en general y a Cardona en particular) de una derrota que hubiera dejado serias secuelas.

GG

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